Con el mundo entre los dedos

miércoles, 25 de enero de 2006

De zancudos y otros bichos

A mediados de primavera comienzan a plantear su guerra feroz y sangrienta aquellos pequeños alados de pronto ataque y zumbido insómnico (?)

Y a mediados de alguna primavera años atrás, comencé a tratar de comprenderlos y a verlos como los grandes estrategas que resultaron ser... y algunos despertaron en mí tal admiración que postergué mis ansias de caza y les permití alimentarse para sobrevivir... después de todo el mal era menor (a nadie le hacen falta un par de micrómetros cúbicos de sangre).

Y me afané con espíritu de científica decimonónica a tratar de desentrañar mis diferentes conductas frente a ellos. Y descubrí el dulzor de la omnipotencia, el inifinito placer de saber a otro ser entre tus dedos, con su vida pendiendo de la vanidad del momento... "lo mato o no lo mato"; dependía de mí y de mis impulsos y de mi sed de sangre. Era un simple bicho después de todo.

Pero sigo preguntándome si no habrá algo de ese sentimiento de pseudodios entre las prácticas de torturadores y militares; si no habrá estado arraigado entre las sombras que cubrieron episodios terribles de nuestra historia y de los innombrables hombres ligados a ellas.

Y se abrió un nuevo paraíso de ideas... tal vez algún día seré capaz de desentrañar qué hay detrás de la crueldad y el odio humanos... y todo gracias a un zancudillo fastidioso. ¡Plaf!, lo siento, pero me dolió mucho la picada...

domingo, 15 de enero de 2006

De fortalezas y desarraigos...

Todas las ideas han volado a otro horizonte y se alejan tiernamente de mi memoria, porque mi cabeza no tiene lugar más que para la incomprensión...

Durante mis primeros años mis suspiros infantiles me llevaron a las montañas y en ellas me refugié y creí ser ermitaña (por opción, por la divina capacidad de no necesitar a los otros). Y si hay algo que me ha costado aceptar y a lo que difícilmente he logrado adaptarme es a eso de que "El Hombre es un ser gregario". Tal vez sea, cierto: somos demasiado egoístas para vivir solos.

El cuento es que una vez más me veo enfrentada a los hechos que han forjado mi personalidad, una vez más constato que no existen lazos entre mis coetáneos y yo (salvo algunos números)... Y es que cuesta tanto asumir que una vive a destiempo, con el corazón en otras eras y la mente divagando con 10 años de desfase.

Al más puro estilo de una tragedia griega continúo mis pasos y mis letras, buscando en cada nota un trozo de coyuntura honesta, un segundo de ebriedad común. Un lazo.

miércoles, 4 de enero de 2006

[En (re)Construcción]

Hace varios días que no escribo y la razón de ello es simple: he pensado en escribir sobre distintos temas y ninguno logra impulsar mis dedos hacia el teclado. De modo que aprovechando el carnaval de esoterismo reinante por estas fechas he decidido escribir sobre lo que me ocurre, a ver si así se desaparece este fantasma. (Es como dar el primer paso; simple cursilería)

Desde pequeña procuré sentir las cosas con intensidad tal que me llevasen a dejarlo todo... con cierto ego de heroína o mártir, iba por la vida entregando mis pasos al ideal de turno (y a sus instituciones), así fuera Cristo, la acción social, mis propias inquietudes, algunos amigos y la inalcanzable perfección que consumió más de un día y una noche, y aún hoy me desvela de tanto en tanto.

De modo que fue bastante duro tener que aceptar que a partir de cierta edad me volví una especie de niña-suflé ideológica: consiste y espumosa, cambiante, desleal, indefinida por opción y por defecto, ecléctica (o al menos eso quise suponer para no dañar tanto la consecuencia requerida por mi antigua forma de mirarme y mirar a los otros). Y hoy estas cosas pesan: daría casi todo por tener Una idea, Un ideal, Un impulso que estremeciera mis sentidos y embotara mi mente y dejase que me afane en grado sumo, que construya con los ojos cerrados porque el plan trazado es inherente, casi instintivo.

Un ideal quijotesco, de esos que queman por dentro y huelen a azahar...