Con el mundo entre los dedos

sábado, 17 de diciembre de 2005

Con la sonrisa entre dos mares...

Con la sonrisa entre dos mares, intentando conciliar sentimientos que se aglutinan en mi alma y la intranquilizan.

Debo advertir que para mí la Navidad es una fiesta religiosa y como tal ( y por respeto a las creencias de cada quien) debe ser celebrada por los que adhieren a las religiones en cuestión; pero no se puede dejar de reconocer que es también una fiesta social, enclavada en lo más profundo de nuestra idiosincrasia.

Esta última característica es la que sin querer nos impulsa a conmovernos en estos tiempos y a sentir de manera especial cada noticia o escrito que llegue a nosotros (alimentado por el marketing desde el quisco de la esquina hasta las películas holliwoodenses cebollas, hay que reconocerlo).

Sin embargo hay dos hechos que me impactaron hace poco: el primero es una noticia "alentadora" que vi en cierto canal hace unos días y que mostraba a una familia que vive bajo algún puente del Mapocho feliz porque tenían un arbolito de navidad en medio de toda su miseria; y ellos dichosos, porque se sentían con igual dignidad que todos los demás seres humanos, pues tenían algo en común con ellos. El segundo hecho es un mail que recibí que buscaba reclutar voluntarios para hacer realidad los deseos que niños pobres envían al "viejito pascuero"; todo vía Correos de Chile. Notables ambos hechos.

El primero porque hace reflexionar en torno a la fatalidad de la pobreza, sobre todo en la pérdida del sentido de uno mismo: esas personas son tan dignas como el que más todos los días del año, y no por tener un arbolito, sino porque son personas como todos nosotros. El segundo, porque nos permite acercarnos a la pobreza y soñar con que la mitigamos en un instante... una cura de conciencia para los que de verdad sufrimos al ver que hay niños que mueren (literalmente) de hambre, que no tiene con qué vestirse, que ven a sus padres llegar ebrios y deben sufrir maltratos y abusos por la frustración de sus padres, de la que no tienen culpa alguna.

En fin... con la sonrisa entre dos mares irreconciliables, con los ojos soñando ver una sociedad más justa, con las manos prestas a trabajar por conseguirla y con las letras buscando crear conciencia y compromiso, que el sufrimiento de los hombres, mujeres y niños es el sufrimiento de nuestra propia especie, de aquellos individuos que como fantasmas se acercan y nos tienden la mano, no para pedir, sino para rescatarnos de nuestra vanidad.

sábado, 3 de diciembre de 2005

¿Dulce villano? y mis contradicciones

El domingo pasado salió en El Mercurio un artículo ínfimo reseñando una biografía sobre Napoleón que acaba de aparecer en Francia, pero que fue escrita por un historiador inglés (creo, no recuerdo muy bien esos detalles).

El tema es que se presentaba a Napoleón como genio inspirador de Hitler, pues también ordenó matanzas masivas de corte racista.

Yo lo leí y quedé atónita... No es que crea que Napoleón es un santo; claramente no lo es, tal como cualquier otro Dictador en la historia del mundo, pero es también quien logró consolidar la lucha libertadora que se inició con la Revolución Francesa... después de todo fue capaz de resistir a toda una Europa amenazante y armada hasta los dientes y de paso libró a Francia de un Roberspierre despiadado y de una rigurosidad a prueba de todo.

Y de pronto se aparece ante mí la imagen de un Napoleón desgastado, abrumado y caído (el típico retrato en la isla de Elba) y me quedo con la sensación de que fue sólo una ilusión y que todo lo creado por él no fue más que la historia que él quiso contar sobre sí mismo, una autobiografía escrita con sangre y soberbia, pero también con años de noches desveladas y la constante preocupación por hacer grande su Imperio no sólo para él mismo sino también para observar en su obra la caída de siglos de Monarquía Absolutista anquilosante, usurpadora, explotadora y brutal.

No sé, no deja de ser uno de mis personajes históricos favoritos, una especie de placer culpable porque una no desconoce la frialdad de los hechos ni el número de niños y jóvenes muertos por seguir a esa especie de dios que Napoleón dijo y quiso ser; pero sigue habiendo algo fascinante en su mirada y en su convencimiento y en la forma de narrar las derrotas más vergonzosas como si fuesen batallas olímpicas.

En fin, ya dije que era placer culpable (y bastante), pero hay algo en él que subrecoge... aunque de seguro habría luchado contra su imperio si hubiese vivido en la Francia de esos años. Quién sabe.