Con la sonrisa entre dos mares...
Con la sonrisa entre dos mares, intentando conciliar sentimientos que se aglutinan en mi alma y la intranquilizan.
Debo advertir que para mí la Navidad es una fiesta religiosa y como tal ( y por respeto a las creencias de cada quien) debe ser celebrada por los que adhieren a las religiones en cuestión; pero no se puede dejar de reconocer que es también una fiesta social, enclavada en lo más profundo de nuestra idiosincrasia.
Esta última característica es la que sin querer nos impulsa a conmovernos en estos tiempos y a sentir de manera especial cada noticia o escrito que llegue a nosotros (alimentado por el marketing desde el quisco de la esquina hasta las películas holliwoodenses cebollas, hay que reconocerlo).
Sin embargo hay dos hechos que me impactaron hace poco: el primero es una noticia "alentadora" que vi en cierto canal hace unos días y que mostraba a una familia que vive bajo algún puente del Mapocho feliz porque tenían un arbolito de navidad en medio de toda su miseria; y ellos dichosos, porque se sentían con igual dignidad que todos los demás seres humanos, pues tenían algo en común con ellos. El segundo hecho es un mail que recibí que buscaba reclutar voluntarios para hacer realidad los deseos que niños pobres envían al "viejito pascuero"; todo vía Correos de Chile. Notables ambos hechos.
El primero porque hace reflexionar en torno a la fatalidad de la pobreza, sobre todo en la pérdida del sentido de uno mismo: esas personas son tan dignas como el que más todos los días del año, y no por tener un arbolito, sino porque son personas como todos nosotros. El segundo, porque nos permite acercarnos a la pobreza y soñar con que la mitigamos en un instante... una cura de conciencia para los que de verdad sufrimos al ver que hay niños que mueren (literalmente) de hambre, que no tiene con qué vestirse, que ven a sus padres llegar ebrios y deben sufrir maltratos y abusos por la frustración de sus padres, de la que no tienen culpa alguna.
En fin... con la sonrisa entre dos mares irreconciliables, con los ojos soñando ver una sociedad más justa, con las manos prestas a trabajar por conseguirla y con las letras buscando crear conciencia y compromiso, que el sufrimiento de los hombres, mujeres y niños es el sufrimiento de nuestra propia especie, de aquellos individuos que como fantasmas se acercan y nos tienden la mano, no para pedir, sino para rescatarnos de nuestra vanidad.
Debo advertir que para mí la Navidad es una fiesta religiosa y como tal ( y por respeto a las creencias de cada quien) debe ser celebrada por los que adhieren a las religiones en cuestión; pero no se puede dejar de reconocer que es también una fiesta social, enclavada en lo más profundo de nuestra idiosincrasia.
Esta última característica es la que sin querer nos impulsa a conmovernos en estos tiempos y a sentir de manera especial cada noticia o escrito que llegue a nosotros (alimentado por el marketing desde el quisco de la esquina hasta las películas holliwoodenses cebollas, hay que reconocerlo).
Sin embargo hay dos hechos que me impactaron hace poco: el primero es una noticia "alentadora" que vi en cierto canal hace unos días y que mostraba a una familia que vive bajo algún puente del Mapocho feliz porque tenían un arbolito de navidad en medio de toda su miseria; y ellos dichosos, porque se sentían con igual dignidad que todos los demás seres humanos, pues tenían algo en común con ellos. El segundo hecho es un mail que recibí que buscaba reclutar voluntarios para hacer realidad los deseos que niños pobres envían al "viejito pascuero"; todo vía Correos de Chile. Notables ambos hechos.
El primero porque hace reflexionar en torno a la fatalidad de la pobreza, sobre todo en la pérdida del sentido de uno mismo: esas personas son tan dignas como el que más todos los días del año, y no por tener un arbolito, sino porque son personas como todos nosotros. El segundo, porque nos permite acercarnos a la pobreza y soñar con que la mitigamos en un instante... una cura de conciencia para los que de verdad sufrimos al ver que hay niños que mueren (literalmente) de hambre, que no tiene con qué vestirse, que ven a sus padres llegar ebrios y deben sufrir maltratos y abusos por la frustración de sus padres, de la que no tienen culpa alguna.
En fin... con la sonrisa entre dos mares irreconciliables, con los ojos soñando ver una sociedad más justa, con las manos prestas a trabajar por conseguirla y con las letras buscando crear conciencia y compromiso, que el sufrimiento de los hombres, mujeres y niños es el sufrimiento de nuestra propia especie, de aquellos individuos que como fantasmas se acercan y nos tienden la mano, no para pedir, sino para rescatarnos de nuestra vanidad.